Cuando se anunció que Devil May Cry llegaría a Netflix, muchos pensaron que se trataría simplemente de otra adaptación más basada en combates vistosos y frases ingeniosas. Y si bien no decepciona en cuanto a estilo y acción, lo que realmente sorprende de esta serie es su ambición narrativa y su inesperado trasfondo político.
A diferencia del anime de 2007 o de la historia lineal de los videojuegos, esta versión crea su propia continuidad. Nos lleva a los inicios de Dante como cazador de demonios en un Estados Unidos alternativo de principios de los 2000, gobernado por el fanatismo religioso, el nacionalismo extremo y una clase política con tintes peligrosamente mesiánicos. El vicepresidente William Baines, un personaje tan aterrador como convincente, lidera una cruzada genocida contra los demonios… en nombre de Dios.
Pero Devil May Cry no solo amplía el mundo, también complejiza a sus criaturas. Los demonios ya no son solo enemigos genéricos: tienen jerarquías, conflictos internos, e incluso motivaciones comprensibles. Hay un claro paralelismo con la América post-11S, donde los demonios encarnan a las minorías perseguidas y donde la serie no tiene reparo en ofrecer una dura crítica al discurso de odio y a la xenofobia institucionalizada.
En este contexto, los protagonistas —Dante y Lady— se ven forzados a cuestionar sus propias creencias y prejuicios. El viaje no es solo físico, sino emocional e ideológico, haciendo que sus decisiones tengan más peso del habitual en este tipo de ficciones.
Eso sí, los fans del hack and slash pueden estar tranquilos: la acción es espectacular. Las secuencias de combate son frenéticas y estilizadas, capturando a la perfección el espíritu del juego. Pero el punto culminante visual es, sin duda, el sexto episodio: una joya narrativa contada casi sin diálogos, con estilos de animación distintos y una potencia emocional que eleva la serie a otro nivel.
La banda sonora tampoco se queda atrás. Con temas de Limp Bizkit, Papa Roach, Rage Against the Machine y Green Day, el show respira puro espíritu dosmilero. Incluso se incluye una nueva canción de Evanescence y una versión adaptada del famoso “Devil Trigger”.
En el apartado vocal, destaca Johnny Yong Bosch como un joven Dante lleno de potencial, y una despedida conmovedora del gran Kevin Conroy, quien da vida al fanático vicepresidente Baines con una intensidad sobrecogedora.
Devil May Cry de Netflix es mucho más que una serie sobre cazar demonios. Es una reflexión sobre el poder, el prejuicio y la transformación personal. Su único pecado: un final que deja demasiadas preguntas abiertas y grita por una segunda temporada. Afortunadamente, todo apunta a que la tendremos.
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